Pensar en el día a día, hacer de la necesidad virtud y luchar por mantenerse es cuestión actual. Hoy se demuestra que el ruido es cuestión secundaria en una sociedad atada económicamente y sin respuesta alguna al grito de los afectados que piden ayuda.
Partimos de la pandemia, salimos, nos quitamos las mascarillas y molestamos. La economía agazapada quiere brotar y llenar de vida nuestras calles. El ruido de la ciudad, animado despertar, no deja dormir.
Son muchos los vecinos que ven sus calles atestadas de gente y se preguntan dónde ha quedado aquel tiempo de tranquilidad y sosiego.
Profundizar en las causas de la molestia urbana nos debe llevar a rascar mas allá de la mera observación del deambular ciudadano, de su continuo e incesante tránsito.
Vemos como los estudios y los informes que evidencian las consecuencias perjudiciales del ruido son usados como posavasos en un mundo de terrazas trasnochadoras. Parece que todo lo que en ellos se dice se retire de nuestra conciencia como mascarilla que libera nuestro rostro. Los vecinos ruidosos parecen tirarlos a la basura desde sus balcones, habitaciones hechas gimnasio o salones convertidos en pistas de baile con fiesta musicales hasta altas horas.
El goteo de molestia continúa en unas calles donde, desde el impulso de Europa, el verde y el ambiente saludable se quiere abrir paso.
Los proyectos frente a la contaminación acústica deben llenar nuestras agendas. Proteger nuestro entorno urbano y cuidar nuestra salud no es cuestión baladí en un mundo donde técnicamente podemos hacer mucho frente al ruido.
Aprovechar este impulso y acertar en estos proyectos es fundamental para reducir la contaminación acústica y la molestia.
